lunes, 30 de marzo de 2020

CUARENTENA DÍA XIV: “¿Etoqueé?”


Intento, a veces no lo consigo, hacer todo lo posible para separar mi vida personal de la del ámbito laboral. Después de tantos años en el mismo puesto de trabajo, con una movilidad muy reducida entre los colegas, a algunos de entre ellos comienzan, a mi pesar, a tener rasgos familiares. No porque no se lo merezcan, sino porque si se filtra demasiada familiaridad en las relaciones laborales, estas terminan por perder el necesario orden jerárquico y respeto profesional, algo no muy recomendable para gestionar equipos de trabajo cohesionados, flexibles y ágiles. La versión inversa también la practico.

Salvo en esta circunstancia extraordinaria, donde no me queda otro remedio, procuro no mentar lo que me da de comer con el almuerzo familiar dominical. Tanto han insistido mis hijos, año tras año, para que les dijera con precisión en qué consistía mi trabajo que hace poco tuve que enviarles, por correo electrónico, el perfil profesional de mis actividades de oficina. De hecho, usé el mismo documento que había hecho llegar, tiempo ha, al departamento de recursos humanos.

Sin embargo, la situación actual, vuelve ciertas barreras más permeables, incluso me permito enviar a mi equipo de trabajo una flor virtual, vía Whatsapp, todas las mañanas a las ocho, algo que jamás me hubiera permitido en la vida real. Tengo que decir que ellas me han abrumado con macetas de plantas, caniches y niños en edad escolar. Sea lo uno por lo otro.

Viene esto a cuento porque esta mañana, un proveedor que trabaja con China desde hace muchos años, por esas casualidades de la vida resulta que es casi paisano mío, allá en el norte, me ha enviado un correo con una cotización de mascarillas, vestimenta de protección, equipos de análisis del coronavirus y demás, a través de un correo que comenzaba así: “Estimado amigo, ¿cómo estás? Espero que al recibo de este te encuentres bien”.

Automáticamente me he acordado, de ahí lo de la familiaridad mencionada más arriba, de las cartas, conservo algunas como oro en paño, de las que enviaba como cada quince días a mis padres. Las cuales, alguien me dijo que los que cumplían el servicio militar redactaban de forma pareja, comenzaban siempre de la misma guisa: “Queridos padres: espero que estéis bien al recibo de esta. Yo también lo estoy”.

Como el teléfono no existía, las visitas, como mucho se producían una vez al año con ocasión de la fiesta de Santo Tomás, aquel era el único, ansiado, por lo demás, cordón umbilical -creo que censurado por los buenos padres dominicos- que mantenía los vínculos familiares en aquel confinamiento, que ríete tú del actual, nos mantenía aislados, semana a semana, mes a mes. Salvo por las contadas excepciones de las salidas deportivas y la coral colegial. Obviamente, para quien tenía la suerte de especializarse en triple salto o era un destacado cantor. Que no fue mi caso.

Este internado, mi proveedor dice que estuvo en los escolapios de Madrid, estaba localizado, digo estaba porque ya ni es internado y además hace muchos años que se transformó en colegio mixto, en Valladolid capital. Abundaban tanto este tipo de internados a mediados de los sesenta, por toda España pero, en concreto, en ese barrio pucelano que el vecindario era conocido como el Barrio la Hostia. Amén. Al menos una docena de órdenes religiosas reclutaban potenciales aspirantes con vocación religiosa por toda Castilla la Vieja y provincias limítrofes.

El mío, denominado de Arcas Reales, en realidad era herencia directa de otro colegio mucho más antiguo que existía en las cercanías de Olmedo, en el pago de La Mejorada, también en la provincia de Valladolid. Recabando documentación sobre los antiguos alumnos me he encontrado con la carta de un antiguo discípulo, Víctor, fechada el 3 de noviembre de 1918, sí, el año de la famosa gripe española que comienza así: “Recibí su carta por la que me decían los desastres que está epidemia ha causado en casa; tumbado leía yo la carta creyendo estaría alguno de casa grave, pero, bendita sea la Virgen Santísima y su Santo Rosario, respiré como un aliento de gozo al leer que estaban todos ya bien gracias a María.

Me preguntaban que si yo había tenido algo de esa enfermedad, pero debo decirles que ni siquiera rastros conocidos de ella, no parece sino que la Virgen Santísima, que nunca abandona a los suyos estaba cubriendo con su Sagrado manto este Santo Colegio, pues a pesar de estar tan cerca de Olmedo que estuvo lleno, y que según nos dijeron morían 6 o 7 cada día, y que hubo días de 11, y que algunos que daban 5 pesetas por cada vez que les visitaban, nadie quería porque no les afectara a ellos, pues a pesar de esto digo, no entró en el Colegio, y eso pasó por las vendimias, que para que no nos entrara a nosotros tuvimos que vendimiar, pues no había tampoco obreros, en el Colegio se hicieron los medios posibles para que no entrara, ya quemando azufre, ya evitando la comunicación con las personas de afuera, y por eso todavía no han venido más que 18 o 20 nuevos; aquí en Olmedo estuvo bastante tiempo pero ya hace unos cuantos días que no hay apenas nada.”

Como dice el Cohelet, “¿Qué es lo que fué? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará: y nada hay nuevo debajo del sol.” Que tradujo quiere decir. El Ejército ha recogido ancianos muertos en los asilos porque nadie les visitaba, las lechugas del Campo de Cartagena necesitarán voluntarios para la recolección, a falta de obreros habituales, la distancia social se practicaba ‘evitando la comunicación con las personas de afuera’.

Lo del azufre, supongo que ya no tiene mucho sentido, supongo. Aunque si no llegan los famosos “kits” para los test rápidos no queda descargado que sea un último recurso de emergencia. Y la parte de la invocación a la corte celestial queda al libre albedrío de quien esto lea. Los mensajes apocalípticos y redentores son abundantes como era de esperar ante tal impotencia humana.

En otro nivel de supervivencia más banal, pasar el tiempo en la familia como mejor se puede, esperando, esperando que la curva caiga a plomo, hoy nos ha dado por hacer un concurso de tortillas. En algo teníamos que usar la huevada que compré en un ataque de pánico primario hace unos días. El caso es, modestia aparte que el jurado cruzado (padre/hija versus madre/hijo) ha concedido el primer premio al que esto suscribe. Tengo que puntualizar que mis dotes culinarias son más bien reducidas y sólo las he demostrado, es un decir, en situaciones de emergencia. No tan agudas como la actual, cierto.

En cualquier caso, tuve una excelente maestra, mi santa madre que esté en la gloria, cuya receta básica consistía en esta expresión: “Para que te salga bien un plato, tienes que quemarte los hocicos en la cocina”. Esto es, debes dedicar muchas horas a los fogones. He adquirido, con el paso de los años, un cierto grado en esta virtud, pero no estoy muy convencido de que tenga que ejercitarla entre las cacerolas y las sartenes. Así que, si me sacan del concurso de tortillas y el huevo frito, soy un auténtico maestro, mucho me temo que no podré repetir galardón.

Finalizada mi fugaz estancia entre los pucheros he vuelto al teletrabajo. La vuelta y vuelta de la sartén me ha debido de volver un poco tarumba. Los cuatro primeros correos que he enviado a primera hora de la tarde, de manera inusual, los he comenzado como las cartas a mis progenitores desde el internado: “Estimado amigo: espero que al recibo de la presente te encuentres bien tú, y los tuyos, de salud como yo lo estoy gracias a Dios”. Para continuar con el negociado habitual de “te adjunto la nota de prensa”; “mándame, por favor, el PDF del Consejo de Dirección”, etc. etc.

Sólo cuando alguien me ha respondido, con sorpresa y medio en broma, usando la parla local: “¿Etoqueé?” por “¿esto qué es? me he dado cuenta de que esta peste propicia que comience a saltarme líneas divisorias, en este caso la de la intimidad familiar y la del coto laboral, que nunca me hubiera permitido. Menos mal, soy un acérrimo defensor de la separación Iglesia-Estado, que no he invocado, como hace mi colega de internado de 1918 en la cabecera de su misiva a Jesús, José, María y Domingo.

Aunque como esto siga así, por encima de los 800 muertos, no es descartable que tenga que recurrir a ellos en días venideros.

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