Un limonero, ayer tarde |
Con motivo del coronavirus, han aparecido en los
medios de comunicación sesudos artículos donde se debate que régimen gubernamental
es el más apropiado para gestionar una pandemia de este calado. Desde los que
opinan que la autocracia china es lo ideal, hasta los que defienden que los
demócratas europeos están mejor preparados, pasando por los devaneos trumpistas
de sí, pero no, pero sí.
Pero ningún medio apela a la caridad para gestionar
el aislamiento, como hacen taxativamente mis excorreligionarios: “A los que
son notablemente descuidados en la limpieza e higiene de las habitaciones, se
les pide por caridad que aprovechen la presente Cuaresma para hacer un poco de
ayuno y penitencia saludable, para el cuerpo y para el alma, haciendo un
esfuerzo por limpiarlas, si es que pueden hacerlo; y si no pueden ellos,
permitiendo humildemente que otros hagan ese caritativo servicio para el bien
de todos.” Art. 6.
No sé si la disposición adicional, redactada por
quien fue mi profesor de Estética en la Facultad de Filosofía, sería muy efectiva
en este mundo gobernado a golpe de leyes, decretos y, por lo que se ha empezado
a ver esta tarde en Francia y España, “manu militari”, con los paracaidistas,
unidades de intervención especial, aviones militares medicalizados -un par de helicópteros
han sobrevolado mi casa- en pleno despliegue operativo.
Hoy ha vuelto a ser un día caótico en el ámbito
laboral. Llevamos tres días y pese a que las tareas de mi trabajo sean entre
las de mis compañeros, desde hace meses, las que menos sometidas están al
contacto directo y personal -la nueva modalidad de trabajo en remoto, pues, no
me pilla desprevenido- lo cierto ese que resulta enormemente complicado. No quiero
ni imaginar como se hubiera trabajado si esto hubiera ocurrido hace unos años.
Desde esta vertiente, al menos, una noticia buena,
por fin, anuncian, estamos en marzo, que vamos a empezar a cobrar la subida
salarial del 2% acordada para este modesto funcionario, y millones más, con los
Presupuestos Generales. Al menos, con este suculento aumento, tendré cubiertas
mis necesidades de compra de papel higiénico. Suponiendo que el pánico despavorido
de mis sensatos conciudadanos no me pille con los calzoncillos en la mano. Esto
es, sin existencias en las baldas de Mercadona.
En casa, aunque al minuto renegamos de nuestro
compromiso, nos conjuramos a hablar de cualquier otro asunto que no tenga que
ver con el bichito de Wuhan. Pero es que tampoco se pueden poner puertas al
campo. O para ser más exactos, al Whatsapp.
Masako, mi eficiente secretaria de Tokio (Diossssss,
eso fue en el siglo pasado, literalmente) me dice que sigue, como todas las
mañanas, durante los últimos treinta y siete años, apeándose en la misma
estación de Shimbashi, en el centro de Tokio. “Últimamente ha aumentado la
gente que trabaja desde casa debido a la situación del virus, por lo que hay
algo menos viajeros en tren”. El calificativo de menos, hablando de las
multitudes tokiotas, es fácilmente imaginable. Hasta es posible que haya
desaparecido la necesidad de los empujadores profesionales para aborregar a los
pasajeros en los vagones. Mejor aún, con el descenso de viajero, los “chikan”,
esos metemanos, también muy profesionales en su terreno de competencia, tendrán
que mirar más de reojo por si alguna señora agredida tiene preparado el
paraguas para espetárselo en la testa. Por no decir en las partes pudendas. Ya
se sabe que todas las crisis tienen su lado positivo.
Mi amigo Ramón, catalán de pro, anti independentista
furioso, pero sobre todo especialista en China, donde fue corresponsal durante
muchos años, saca a pasear su caballo. No recuerdo ahora si el decreto
sanchista admitía los caballos, sí los perros, -a falta de ambos mi hijo dice
que va a poner una correa al gato- como animal de paseo. Los austriacos han
cancelado los vuelos así que no puede volar a Viena, junto a su familia, por lo
tanto, se encuentra aislado en la masía, en el corazón de este antiguo condado
aragonés, no muy lejos de Manresa.
Buen momento para repasar la historia del Reino de
Aragón y sacar la vena cínica. Y seguramente acertada. “Por suerte, los chinitos
nos venderán la vacuna contra el virus que ellos mismos inventaron”.
Aparentemente no le falta razón, en las noticias gabachas acaban de anunciar
que los militares del gigante asiático ya la están probando en monos. Los
siguientes somos nosotros.
Un antiguo, a la vez que excelente ex jefe, me manda
otro “wasap”, pidiéndome que no cite la fuente. No la cito, pero puedo asegurar
que es una de las mejores que puede haber por estos lares del Levante hispano.
Según esta fuente, el número de infectados leves es mucho mayor del que se dice
y que, probablemente, supere el millón de personas en Madrid. Mejor consejo que
puede dar (la fuente), lavarse las manos con frecuencia. Eso dicho por alguien
que pertenece a una de las grandes industrias farmacéuticas del país.
Puestas así las cosas, parece que sólo nos queda
confiar en el Altísimo. Dicho y hecho, mi cuñada gabacha que es más bien dada
al esoterismo sanitario y a los complots gubernamentales me avisa que el papa
Francisco ha convocado a toda la humanidad, fieles, creyentes, agnósticos,
descarriados y pecadores varios a una plegaria para las 8 de la tarde.
No hago mucho caso, mi cuñada, en caso de necesidad,
tiene la tendencia a echar mano de Buda, Mahoma y toda la corte celestial,
porque no me queda mucho tiempo. Como mañana es festivo estaba convencido de
que la vorágine laboral se iba a esfumar a la hora de nona. Pero no, ahí voy
con la cuarta nota de prensa de la jornada. Todas ellas muy comedidas, pedimos colaboración
para la donación de mascarillas pero que no cunda el pánico, hablamos de recabar
guantes -guantes, banales guantes- para la protección, pero mantengamos la
calma. En realidad, lo que yo redacte es, en el fondo, irrelevante.
Cada palabra, cada párrafo se diluye en la barahúnda
de información que nos inunda. Al menos una noticia buena que transmitir. Una empresa
de flores, cuyas transacciones comerciales se han paralizado en seco, termina
por encontrar una empresa de transportes, cuyo tránsito se ha paralizado en
seco, la cual se encargará de distribuirlas a los hospitales de toda España.
Por si echaba de menos algún aviso, del más acá o
del más allá, me da por abrir (espero que no lea estas líneas) el buzon de “spam”
donde tengo condenado, desde hace años, a mi profesor Roberto, que lo fue por
breve tiempo, creo recordar que en alguna clase de liturgia o teología. En
malahora. Lo de abrir el “spam”, quiero decir.
Por él, me entero que hoy es San Cirilo. Bien por
San Cirilo. Pero a continuación: “En esta fiesta de San Cirilo de Jerusalén saludo
a todos mis amigos internautas, esperando que el "Ángel Exterminador
" de la pandemia, ya mundial, haya pasado de largo, "sin marcarles
como víctimas"... En varios TWIS [Sic] he advertido claramente que esta
pandemia mundial es un AVISO de DIOS de lo que puede venir sobre toda la
Humanidad, de seguir "fosilizados" en el pecado, en el
"rechazo" a DIOS y, en una palabra, en una obstinada impenitencia
ante tanta perversión y degradación moral como si DIOS no existiera o no se
enterara de lo que está pasando…”
Me palpo la frente por si tengo fiebre, empiezo a carraspear,
noto una ligera pesadez en las articulaciones de los dedos, miro durante un
rato a mi hijo que está siguiendo por Internet su clase diaria de japonés, a mi
hija que prepara una entrevista de trabajo para mañana, vía Skype, a Isabelle, intentando
hacerse entender por teléfono con su padre, más bien sordo, confinado, con 100
años, en una residencia parisina.
Al estilo del mando militar, único y centralizado, de
algún privilegio tenía que gozar que es la víspera del Día del Padre, ordeno y
mando salir a pasear. No tengo que apelar a la caridad del art. 6 de más arriba. No es el momento de dar mal ejemplo, así que salimos separados,
sobrepasando con largueza los límites impuestos por la distancia social. No
tenemos el salvoconducto en la mano, salvo si una bolsa de Mercadona, arrugada
en el bolsillo, puede considerarse como tal y nos perdemos, felizmente, ya juntos, entre
los campos de mandarinos y limoneros en flor. Ni un alma en varios kilómetros a la redonda.
Un delicioso perfume a azahar nos envuelve. “Aunque sólo fuera por sentir este
olor merece la pena estar aquí, bajo el cielo infinitamente claro”, dice
Isabelle.
Por parafrasear, con él recorría Madrid proyectando
las pelis del P. Peyton en los años setenta, al apocalíptico del padre Roberto,
familia que pasea unida, sobrevive unida. Amén.
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