sábado, 10 de mayo de 2014

EN LA JUBILACIÓN DEL JF (3 abr 2014)

JF, en el centro, Ciudad Prohibida, Pekín (19 nov 2000)
Dicen, cuentan y narran que muchos jubilados no sienten júbilo cuando se jubilan. Espero que éste no sea el caso de Jose Francisco. Después de todo, lleva desde los 14 años en el “tripalium”, ese instrumento de tortura que los romanos usaban para escarmentar a los esclavos –tres palos entrecruzados donde se les ataba para flagelarles- y de donde procede la voz castellana de trabajo.

Seguro que en una vida laboral tan dilatada, el “tripalium” no habrá sido siempre un tormento. Ciertamente habrá tenido muchos momentos de regocijo y alborozo. En cualquier caso, liberarse del suplicio del trabajo es motivo más que suficiente para ponerse a cantar y gritar, pues eso significa el verbo «iubilare»: lanzar gritos de alegría o «iubili», que eran las voces dadas por los campesinos de épocas pretéritas, en las celebraciones y en los momentos de expansión. 

Para llegar a esta liberación y alegría, nuestro JF se ha estado entrenando durante los últimos meses –a veces, por las especiales circunstancias familiares, éste entrenamiento quizá no haya sido tan gozoso como se merecería alguien que lleva laborando desde la adolescencia- hoy ha llegado el instante de dar rienda suelta a esos «iubili». Y no debería ser de otro modo puesto que te has estado ganando el pan con el sudor de tu frente desde la adolescencia.

El origen de estos gritos de “iubili”, de la palabra “júbilo” y por tanto del vocablo jubilación, se pierde en los procelosos laberintos de las lenguas indoeuropeas que dieron origen al término en latín y en hebreo. En cualquier caso, el grito de los campesinos era, como decía antes,  una interjección exclamativa cuando retornaban a sus hogares tras una extenuante jornada de faena. Esa interjección, a veces clamor, a veces silbidos, se traducía fonéticamente en ¡“yuuu”, “yuuu”!. Para no perdernos en jeroglíficos etimológicos podríamos traducir esta imprecación, llana y lisamente por “yuuuhu”, como dice la gente joven de ahora  o “yeehhh” de las películas de vaqueros. Y en castellano, o quizá murcianico por: ¡ya era hora, por fin, joder!.

El JF, al observar sagazmente que le faltaba poco para echar a correr por la avenida de la Fama y manifestar su regodeo mediante estas interjecciones tan lacónicas y, de alguna manera, tan primitivas, tuvo la excelente y audaz idea de llegar a la jubilación por un camino más sofisticado. A través del jubileo. Y cito textualmente de su blog “Camino del Sureste”: “Después de catorce días había llegado por fin a mi destino y había cumplido mi promesa, dando gracias a Dios y al Apóstol Santiago por la salud de mi esposa y por la protección que me habían concedido a los largo de los 1.187 kilómetros”.

A través de mesetas y montañas, cumbres y llanuras, recorrió en bicicleta y en diagonal media España, para ganarse en esta ocasión el “jubileum”. Otra manera pues de retornar al “yuuuu” de la alegría y el regocijo, aunque ahora por un camino más ciclista o, si se prefiere, más bíblico. En efecto, este regocijo del “jubileum”, que con tanto esfuerzo y denuedo ganó a lomos de su velocípedo y tras incontables peripecias, tiene su origen en una fiesta judía a la que el pueblo elegido era convocado con el sonido del cuerno de un macho cabrío o «yyobel», en donde se origina nuestro vocablo. La fiesta judía del jubileo y jubilar aparece en el libro del Levítico: El año de los cincuenta años os será “jubileo”: no sembraréis, ni segaréis lo que naciere de suyo en la tierra, ni vendimiaréis sus viñedos” (Lev 25,11).

Es interesante que el Antiguo Testamento exponga la idea de descanso después de 50 años de trabajo. Así que si un joven empezaba a trabajar en el campo a los 15 años, se podía retirar a los 65. Más o menos la misma edad de jubilación de estos días. Es decir que el jubileo de la jubilación de JF, por merecimientos propios, tiene, además, tintes bíblicos. Por lo tanto, JF, este año, el de los cincuenta años (+15) que te sea de jubileo, que Yavéh me perdone por esta paráfrasis del texto deuteronómico: “no enviarás más “mailings”, no harás más misiones institucionales, no organizarás más Foros de Internacionalización”. ¡Yuhuuuu! ¡ya era hora, por fin, joder!”

Tras la aflicción del “tripalium”, pues, el contento del “dolce far niente”, en la vida laboral, quiero decir, porque no convendría que abandonaras tus habilidades culinarias hogareñas, por tu propio bien y el de tu suegra. Claro que para llegar a este doble júbilo, sea bíblico, sea pastoril, antes se debe haber transitado por la senda del trabajo con honradez: Como sabemos que lo ha hecho, a carta cabal, JF. Pero sobre todo y por encima de todo con las virtudes de una hoja de servicios impecable en la que sobresalen tres rasgos, entre otros muchos, que me vais a permitir destacar, puesto que he sido testigo privilegiado de ellos, de primera mano, durante varios años: su generosidad, su disponibilidad, su eficacia.

Empiezo por el último. La eficacia en el trabajo es consustancial (o simplemente no lo es) a la actitud de las personas, independientemente de los recursos disponibles o los medios existentes. En el JF esta actitud es claramente consustancial. Muchos de los que están aquí lo podéis certificar y firmar. Verbigracia, la eficacia era patente ya en los tiempos prehistóricos de las convocatorias por fax, enviando uno a uno, como palomas mensajeras (¡ahhh!, también alguna trampilla cuando en Alfareros estabas hasta las 11 de la noche ajustando, por usar un eufemismo, los parámetros del naciente sistema de calidad porque la auditoría comenzaba a las 8 del día siguiente). Esa misma eficacia se ha manifestado cuando con otros recursos técnicos más sofisticados se hicieron, esto es un ejemplo entre miles, las convocatorias para el último Foro de Internacionalización, hace ahora un año. Son sólo dos ejemplos, entre decenas, centenares, de que la eficacia se lleva en la sangre. O no se lleva.

En cuanto a la disponibilidad, ¿qué voy a decir yo? El JF ha estado siempre, como Simón el estilita, siempre encima de la columna, ojo avizor, dispuesto a lo que viniere, fuere para un roto fuese para un descosido. ¿Protocolo de intenciones con una oscura alcaldía de un suburbio de Shanghai? Allí está el JF redactando el texto. ¿Hay que montar unos paneles a medianoche en el Auditorio para no sé qué evento de no sé qué organización? Ahí está el JF, arremangado, en sentido literal y figurado, para que todo aparezca inmaculado a la hora de la apertura.

Pero por muy importantes que sean la eficacia y la disponibilidad, hay otra virtud de la que JF posee la excelencia y que excede en importancia las dos mencionadas. La generosidad. Digo que es más importante porque la eficacia y la disponibilidad se asocian fácilmente con el trabajo. Por el contrario, la generosidad supera ese marco y entra de lleno en el sentido humanitario del devenir cotidiano y personal de cada uno, en el respeto hacia tus compañeros y el cariño y el aprecio por quien la vida ha puesto a tu lado, sea el azar, el caos, la Providencia, el Gran Demiurgo, Alá, o la Santísima Trinidad. Más allá de lo que la obligación y la devoción apremian.

Ahora bien, mirando alrededor, me incluyo a mí mismo, muchos de vosotros sabéis, habéis palpado con creces, de esa generosidad de JF en la actividad laboral, pero también fuera de ella. O sobre todo, fuera de ella. Puedo contar un caso bien reciente que me atañe. JF entrenándose para la jubilación, inmerso en sus tareas culinarias de la tarde del último Año Nuevo. Aunque hablo con él de pascuas a ramos, por una urgencia  esa tarde de Año Nuevo le llamo por teléfono, a una hora intempestiva: “Tengo un conocido de Barcelona que quiere ir dentro de un rato a buscar fósiles cerca de la Garrapacha”. Le falta tiempo al JF para, dejar la sartén a fuego lento, o eso imagino, e indicarme, con pelos y señales, la exacta localización de los ammonites. Ítem más: me costó Dios y ayuda retenerlo porque de inmediato se prestó a hacer de guía, privilegiado debería añadir, porque una de sus aficiones favoritas es la búsqueda de esos bichos del mesozoico.

Sé que muchos de vosotros habéis resultado beneficiados de esa misma generosidad, desde las cosas más o menos  anecdóticas, como la que acabo de contar, a otras mucho más importantes. Esta generosidad no está regulada en el Estatuto de los Trabajadores, ni el Convenio de Oficinas, ni siquiera aparece en las actas del Consejo de Dirección del INFO. Y para tener esa generosidad sólo se puede tener cuando se posee un corazón inmenso como el que nuestro jubilando posee.

Así, pues, JF, todo el júbilo de este pequeño homenaje de jubilación es más que merecido por tu eficacia, tu disponibilidad y, antes que nada y después de todo, por tu formidable generosidad.

Como decía el otro, detrás de toda persona generosa, siempre hay una mujer. En realidad, en el caso de JF, cuatro si incluimos a sus tres hijas. Pero quisiera ceñirme a María Inés, su doña, que durante todos estos años tuvo que aguantar los horarios imposibles, incluidos muchos fines de semana, muchas horas “extra” (que como todos sabemos en el INFO no se pagan, de momento), una paga menguante, a lo que se ha añadido con el paso del tiempo un contexto familiar complejo. Gracias, Marinés, seguro que parte de la generosidad que tu JF y el nuestro ha esparcido a diestra y siniestra, a lo largo de todos estos años, tiene una generosa pizca de la tuya.  Espero que ahora que te lo devolvemos, razonablemente sano, aunque, tenemos que admitirlo, con menos pelo y ligeramente más redondeado por la parte del ombligo, no te achaque lo que en Japón, es una epidemia, el denominado SMR (Síndrome del Marido Retirado) que, para no entrar en disquisiciones psicológicas, podríamos definir “que no te de la vara”. O que no te la de en exceso. De vez en cuando, mándalo a buscar bichos del mesozoico, que se vaya a recorrer la genuina ruta del Camino de Santiago, la que pasa por Castilla, eso sí, en coche, incluso déjale venir a tomarse alguna cerveza los viernes, aunque no sea en el Albero.

Voy terminando y me vais a permitir que para hacerlo retorne a las Sagradas Escrituras. En aquella fiesta del “yyobel”, antes mencionada, se cancelaban todas las deudas, la propiedad de las tierras regresaba a sus dueños y los esclavos debían ser liberados. De esta forma, las personas que iban a cumplir 50 años de trabajo rompían cualquier atadura material para dedicarse a reflexionar, meditar y volver a la esencia de la vida.

En el “yyobel” se celebraba haber concluido una etapa fundamental en el ciclo vital de cualquier persona: 49 años; es decir, siete veces siete. Un número muy significativo para el pueblo israelita, como sabemos. Hay siete pastores (Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Aarón, David y Salomón) –no todos eran pastores pero queda muy bien para el discurso- ; el candelabro del templo (la menoráh) alumbra siete lámparas; 7 grupos de tres estrofas que hacen 21 poemas describen el amor en el Cantar de los Cantares, Dios descansó el séptimo día; se perdona siete veces; el Apocalipsis romperá siete sellos y si un judío hace algo de manera excelsa, se dice que lo ha hecho siete veces. Es el número de Dios y la cifra de la perfección. Tú has hecho en tu trabajo más que todo eso, has hecho setenta veces siete. Por ello, sin una pizca de duda, te mereces entrar en lo que los alemanes denominan “ruhestand”: estado permanente de descanso, subrayo lo de permanente. Y si los alemanes lo dicen…

A un servidor, en nombre de todos los presentes y de otros muchos que no han podido venir, incluso de otros muchos amigos y colaboradores que pasaron por tu vida laboral antes de que el INFO existiera, sólo me cabe cerrar con la sincera felicitación de todos por llegar a este RUHESTAND. Y darte las gracias, muchas gracias, por hacer tu trabajo setenta veces siete. ¡Yuuuu! ¡Yuuuu! Que te vaya bonito.

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