miércoles, 6 de mayo de 2020

CUARENTENA DÍA XLI: Sansón con el león


Rebolledo de la Torre, Burgos
La historia bíblica de Sansón, narrada en el Libro de los Jueces, del capítulo 13 al 16, ha sido representada o descrita miles de veces en la iconografía cristiana (para el sionismo más moderno la metáfora de la historia también encaja a las mil maravillas, por ejemplo, en la denominación de su programa atómico).

Sansón se dirige a Timná, una población filistea para la pedida de mano, contra la voluntad de sus padres judíos que preferían una novia correligionaria. En el camino se enfrenta a un león, con su enorme fuerza desquijara a la fiera. Como narrativa, estamos hablando de un supuesto hecho histórico acaecido hacia el 1.200 a de C. puesto por escrito y, con toda certeza adornado, unos 400 años más tarde, resulta incomparable.

No es de extrañar que haya dado tanto juego en la literatura, la pintura o el cine. Las teorías sobre cuándo, cómo y el momento en que el hombre abandonó su condición de simio son muy numerosas. Yo me apunto a que ocurrió en el preciso instante, si preciso instante hubo, en que en alguna cueva de Francia o de Georgia o dondequiera que ocurriera, el hombre –mi intuición es que fue una mujer- fue capaz de perfilar el concepto de símbolo.

Que un objeto, diseño, grabado, escultura que tiene su existencia propia, como algo real en la vida cotidiana, signifique algo completamente diferente en la mente de una persona humana. Trascienda su significado a algo completamente diferente, muchas veces sin ni siquiera una relación directa. Alcanzar la luna es algo magnífico, pero, después de todo, el viaje se resume a unas cuantas leyes físicas bien calculadas basadas en leyes inmutables. Sin embargo, usar una representación de Sansón rompiendo las mandíbulas del león, símbolo del Maligno, en una oscura historia de Oriente Medio, para significar como el héroe bíblico debe ser un ejemplo de valentía y resistencia a la tentación para todos los cristianos del s. XII –en una remota aldea de Castilla- me parece, si cabe, todavía más admirable.

Y en esto, en la concepción simbólica del arte, pocas escuelas y estilos, si alguna, han alcanzado la cima a las que llegó el románico. Hace falta que la historia diera muchas vueltas para que los cristianos medievales de Rebolledo de la Torre (Burgos) reforzaran sus virtudes cristianas con la historia de un novio prendado de una filistea. La simbología se extiende –para bien o para mal- a cualquier actividad humana. ¿No te dice nada la historia de Sansón y el león? ¿Por qué debería decirte algo más el que tu tendero acepte entregarte su preciada botella de vino a cambio de un papel azulado con el diseño de una ventana gótica y que hemos convenido que vale 20 euros?

Sin simbología, la vida humana resultaría imposible, además de aburrida. Los artistas románicos lo entendieron a las mil maravillas para catequizar a los fieles. Como en esta soberbia galería románica de la iglesia de San Julián y Santa Basilisa, en uno de cuyos capiteles aparece nuestro héroe. Entre otras exquisiteces. Como, por ejemplo, que sea una de las pocas obras del período con firma de autor: Juan de Piasca.
O que tal maravilla te sorprenda en un pueblo de 160 habitantes, aldea que seguramente pasó por tiempos mejores. Más allá del simbolismo -símbolo de la fuerza y decencia de Sansón, éste aparece vestido y calzado- el arte románico siempre me ha encantado por su ingenuidad y transparencia, pese a los símbolos. Aquí, de cintura para arriba, parece que se ha echado la capa medieval a su espalda, debajo de la cintura se advierten claramente los pliegues de la túnica sobre las piernas, así como unos brazos extralargos que, previsiblemente, al menos el izquierdo, agarra la mandíbula del león, cuya elaborada crin cubre toda su cabeza y parte del cuerpo. La larga cabellera de Sansón aparece recogida, trenzada y pulcramente atada.

Quizá lo más interesante, aunque no raro porque se repite en escenas similares, destaca la extremada serenidad del rostro, incluso da la impresión de que Sansón se haya quedado dormido a lomos del animal. La violencia que entraña la hazaña parece, a propósito, haber desaparecido por completo. La hora a la que tomé la foto, con la luz baja y tenue de primeros de diciembre, no hacen sino acentuar el sosiego y la calma de la piedra caliza.

Más allá de la metáfora, la piedra como su héroe, parece haberse quedado adormecida, somnolienta. La fina línea que separa la luz de la sombra, justamente a la altura de los párpados, me hace pensar cuantas generaciones de creyentes, ahora meramente somos turistas, admiraron, a lo largo de los siglos los pliegues y recovecos que Juan de Piasca esculpió con su cincel.

Me pregunto cuántas veces el artista, mientras daba forma a la piedra, intentó adivinar el acertijo que propone el propio Sansón: «Del que come salió comida, y del fuerte salió dulzura». Algo que el propio artista consiguió a la perfección, quizá alguna tarde al ponerse el sol, cuando perfilaba los últimos tajos en la piedra, limando sus asperezas, acaso una tarde de primavera castellana tardía. Como ésta. En ese preciso instante cuando la luz del ocaso se confunde con la arenisca propiciando que Sansón baje los párpados y duerma el sueño de los justos. Por toda la eternidad. 

 “All the strenght lies on the stone / modelled with every sunset / just before faith and light are gone forever”

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