domingo, 15 de febrero de 2015

TRES VENTANAS

Tras tantos años de trashumancia, al final resulta que he observado el mundo sólo por unas cuantas ventanas. Literalmente. De variadas formas y tamaños, sí, pero ventanas al fin y al cabo. Con marco de madera, de aluminio o hierro y, siempre, claro, a través de los paneles de cristal. En la memoria geográfica de estas ventanas por las que he apercibido el mundo surge -como en un bombo de la lotería que comienza a girar con un sordo ruido de fondo- un aparente desorden en medio del azar. No existe una cronología fija. De hecho, ni siquiera existe la cronología. Lo que sí viene inquebrantablemente emparejado a las memorias trashumantes de los ventanales son los mismos libros, idénticos textos –aunque hubiera muchos otros- que vuelven una y otra vez a estar abiertos en las mismas páginas, reales o inventadas. En algún instante, entre tantas idas y venidas, ocurrió que el casamiento entre una precisa ventana, un determinado libro y la misma exacta página, imprimió carácter. Como el ritual de un sacramento, indeleble para siempre en su asociación. Una comunión insoslayable entre lo que se me ofrecía más allá de los cristales y lo que discernía por la letra escrita.

Hay veces que me veo viendo, pura inercia visual, la recoleta calle, empapada por rachas de viento y lluvia, que desciende hasta la ruidosa avenida principal. El tifón no amaina en Tokio. Y por más que he reescrito en la última hora, un centenar de veces, los rasgos del ideograma “isla” en mi cuaderno de escolar de primaria, aunque voy camino de la treintena, no termino de memorizar el orden correcto de los trazos. Incluso ahora mismo, aunque no recuerdo el autor, se me aparecen flamantes las pastas anaranjadas de “A guide to Reading & Writing Japanese”.  La lluvia arrecia contra los cristales. La vecina adolescente intenta por enésima vez, por ese lado, por mor de la privacidad, la ventana es opaca, no atragantarse con su partitura de Chopin. Dicen que el huracán se alejará a media noche.

No hay una lógica, o al menos la desconozco, por la que en otras ocasiones me viene a la memoria, en primicia, la vieja ventana, de madera repintada en un gris ceniza, anclada desde hace siglos en la fachada renacentista. Desde ésta apenas veo nada. Más ventanas similares a aquella por la que miro, en el edificio de enfrente. ¿Laura Biagiotti? Pero en esta tarde de domingo, como en tantas otras, mientras intento desentrañar los matices del aoristo perfecto en el Evangelio de la Infancia, se eleva desde el adoquinado, tres pisos más abajo, el inconfundible murmullo de la tarde romana. A tiro de piedra se divisaría la Piazza Spagna, si el “cortile” fuera transparente. A menos de trescientos metros. “A Greek Grammar”, un volumen con las cubiertas de gris evanescente y una textura áspera, hasta el punto de raspar, anticuadas. Como el autor, de cuyo nombre tampoco me acuerdo, un enrevesado gramático alemán de finales del XVIII.


Ésta otra es más reciente en su estructura. Muestra una clara influencia colonial francesa, recado de ocupaciones expansionistas de finales del XIX. Alguien tuvo la delicadeza de hacer el marco en piedra berroqueña local. Coronada con un arco de medio punto, expande la perspectiva más allá de la mole encalada de la Universidad Hebrea, hacia las colinas onduladas de Judea. En los días claros se adivina, con una cierta nitidez, la silueta del Monte Nebo, tras la fértil depresión del Jordán. Obcecado con descifrar las concordancias y divergencias de los Hechos de los Apóstoles, según el Codex Bezae y el Codex Sinaiticus, sobre el episodio de Listra. Cuando Pablo y Bernabé no se prestaron al juego de los nativos de Antioquía y prefirieron poner tierra de por medio, antes de que fueran elevados a una hornacina. Esta vez sí, recuerdo perfectamente el autor, que se me pegue la lengua al paladar si me olvido mi mejor profesor, Marie-Émile Boismard: “Le Texte occidental des Actes des apôtres. Reconstitution et rehabilitation”, (2 vol.) (Synthèse 17), avec A. Lamouille, Paris, Éd. Recherche sur les civilisations, 1984. Y  se me paralice la mano derecha si me olvido de tí. Jerusalén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario