domingo, 1 de junio de 2014

CARTAS A MI HIJO UNIVERSITARIO: SOBRE EL APROVECHAMIENTO DEL TIEMPO (2)

Querido Bruno: Pese a su origen latino, no es una palabra muy usada en español. Los anglosajones, que la pidieron prestada al francés, son mucho más aficionados a usarla. Sirve para denominar una epidemia que afecta a una buena parte de la población.  Piers Steel, un profesor de la Universidad de Calgary (Canadá), dice que entre 1978 y 2002, el número de personas que admite padecerla se ha cuadriplicado. Tu madre dice que la tiene, yo no puedo negar que la padezco y, mucho me temo, que tú también sufras de ella. Y no, no es genética. Parece una dolencia esencialmente moderna, aunque no reciente. En el siglo XVIII ya había autores que afirmaban que, en menor o mayor grado, está en casi todas las personas.

¿Habías oído hablar de procrastinación? Básicamente, se trata de dejar de hacer las cosas ahora para hacerlas mañana. En sentido de después, después o después. “Cras” es una adverbio latino que significa “mañana”, si a eso le añades “pro”, el significado es evidente: dejar algo para mañana. Se suele traducir por aplazar o diferir, lo que no siempre es acertado porque en realidad estamos hablando de un hábito, es decir, algo que se repite una y otra vez. Voilà el problema: que sea o se convierta en una costumbre.

Para que lo entiendas mejor, ya sabes cómo me pirra la historia, te cuento una anécdota del siglo III, que como dicen los italianos, aunque no sea verdad merecería que lo fuera. Érase una vez en Capadocia, actual Turquía, un centurión que se sintió atraído hacia la fe cristiana. Un cuervo que revoloteaba por el campamento legionario le demoraba en sus buenas intenciones graznando “cras, cras”: ‘déjalo para mañana, para mañana’. Por cierto, en buen español de Castilla, si la oveja bala, el cuervo no grazna, crascita. Siempre es buena ocasión para aprender algo.

A lo que iba. El centurión, cansado de tanto graznido, ¿crascitado?, tras echar mano al ave de pérfidas intenciones lo aplastó con su pie derecho. Sin obstáculos, de inmediato (‘hodie’), se convirtió a la fe auténtica y verdadera, por usar una expresión del santoral. Más tarde fue martirizado, siendo venerado con el nombre de San Expedito (si alguno de tus amigos, loados sean sus padres por tanta originalidad, se llama Expedito, puedes felicitarle el 19 de abril). En el siglo XVIII se volvió muy popular como intercesor de las causas urgentes. Lo has adivinado, de las que no se pueden dejar para mañana. Las que requieren urgente respuesta hoy.

En esto creo que estamos de acuerdo: a los santos, mejor dejarles para las causas desahuciadas, los milagros, cuando ya no quede otro remedio. El alivio a esta trastorno, tan común, de la procrastinación, como para tantos otros, mejor que lo encuentres en ti mismo. Como en el caso del coraje del que te hablaba el otro día, el antídoto sólo puede provenir, principalmente, de dentro de ti. Si mi experiencia te sirve de algo, te aseguro que esta pandemia no es incurable. Aparecerá con más fuerza unos días que otros, dependerá de tu estado de ánimo, pero la predisposición ¿debería escribir tentación? a relegar para mañana, sean los cálculos de Sistema Digital de la Señal o los planteamientos para el Plan de Negocios que te pide el profesor de Gestión Empresarial, siempre estará ahí.

Esto te puede parecer una actitud muy curiosa, absolutamente contradictoria, producto de los recovecos de nuestra mente retorcida. El dejar de hacer algo para hacerlo mañana, ciertamente, me hace sentirme mucho peor que si lo hiciera de manera inmediata. Sin embargo, insisto en dejarlo para mañana y paso los minutos, las horas, buscando justificaciones para actuar de este modo. De hecho, si lo hiciera ahora mismo obtendría una satisfacción. No sé, de la obligación cumplida, del deber hecho o si lo prefieres de la banalidad contenida en la expresión “a otra cosa mariposa”. Tenía que hacer algo, lo he hecho, se acabó. Pero no, en este tipo de decisiones, como en tantas otras, la irracionalidad humana es desconcertante.

Como te gusta tanto el cine, este ejemplo quizá te resulte más comprensible. Se asemeja a las películas que bajado de Canal Satélite y grabamos en el disco duro del iPlus. En el listado de las 300 películas que tienes que ver antes de morir (espero que muchas más), están y por eso las hemos descargado hace meses “El séptimo sello” de Ingmar Bergmann o “La chaqueta metálica” de Stanley Kubrick. Y ahí siguen. En realidad hemos terminado por ver un par de veces “Resacón en Las Vegas” y de los capítulos a repetición de “Cómo conocí a vuestra madre” ¿qué te voy a decir? Resulta evidente que con la comedia del día al día es más fácil engañarnos que con la metafísica dramática del ajedrez y la muerte en “El séptimo sello”.

Tu amigo, y el mío, Sócrates, el de la caverna que tanto te gustaba para la Selectividad -¿o ése era Platón?- ya decía que hacer algo contra nuestro mejor criterio es imposible porque hablando con rigor resulta imposible que hagamos (en este caso dejemos de hacer) algo que vaya contra nuestros propios intereses. ¿Entonces por qué dejamos y dejamos algo para mañana –que va contra nuestros propios intereses- en lugar de hacerlo ya? Según él, por desconocimiento e ignorancia. ¡Qué ingenuo!, ¿no? Yo creo que se trata más bien de que preferimos, visceralmente, las recompensas del presente inmediato –no sé, ver otro capítulo de “How I met your mother”- que la perspectiva, más difusa y lejana, de obtener un notable alto en, digamos, los Fundamentos Ópticos de la Ingeniería (Léase “El Séptimo Sello”).

Pero ni la ignorancia ni la recompensa inmediata, ni siquiera el que se trate de tareas rudas como estudiar para los semestrales o que me riegues los geranios antes de irte, explican el postergamiento  al que con tanta persistencia nos entregamos, día sí y al siguiente también. Algunas veces hasta de forma cómica. ¿No te ha pasado que buscas una y mil coartadas para evitar hacer una cosa, incluso, o sobre todo, para empezar a hacerla? Esto a veces, si miras para atrás resulta cómico. Si tienes unos minutos, echa una ojeada a “The Procrastinators” (especialmente el primer episodio, ‘A far l’amore comincia tu’, de una pareja holandesa, Lernert & Sander) donde describen de manera tan magnífica como minimalista este laberíntico proceso en el que tantos nos recreamos sobre “el exquisito arte de perder el tiempo”.

Reconozco que ocasionalmente la procrastinación tiene su lado bueno. A veces cuando busco argumentos para relegar a mañana lo que debería hacer hoy –eso incluye, claro, escribirte esta carta que llevo tres días retrasándola- encuentro ímpetu para ejecutar tareas meniales que ni siquiera se me había pasado por la cabeza llevarlas a cabo. Así razono y me justifico: no hago lo que debería realmente hacer porque estoy haciendo otra cosa que también tenía que hacer. Aunque no sean tan prioritarias. Quizá vaciar el lavavajillas, algo que detesto. Responder a un correo que tengo aparcado en la bandeja de entrada desde hace semanas, barrer el patio hecho un asco tras la lluvia del fin de semana. Mira por dónde, demorar la terminación de esta carta ha propiciado que mi despacho haya terminado por estar ordenado como no lo estaba desde hace meses.

Conocida la enfermedad, ¿cuáles podrían ser las medicinas? Si tienes un ratico este verano, te aconsejo este excelente libro “The Thief of Time” donde en 800 páginas… es broma. Disfruta de tu batería cuando llegue el calor. A veces perder el tiempo es una excelente terapia de relajamiento tras haberlo aprovechado al máximo. O por lo menos de haberlo intentado. Las soluciones más fáciles, aunque para mí no son las mejores, ni de lejos, son las que vienen de fuera. Desecharlas no, pero ciertamente no priorizarlas. Siempre desconfío de los andamios externos.

Apoyarnos en mecanismos que están fuera de nosotros, para gestionar nuestro tiempo, tiene muchas limitaciones. Precisamente porque nos son ajenos y no tenemos un control completo sobre ellos. Los anglosajones usan el concepto de “extended will” que pueden asimilarse a las reuniones de “Alcohólicos Anónimos”, grupos de autoayuda y similares. Un ejemplo de mis queridos griegos que a mí me encanta para explicar lo de la “voluntad extendida”, es el de Ulises. Para evitar ser desviado de su camino por los cantos de sirenas, pide a sus compañeros que le aten al mástil. No está mal como metáfora. Y como grupo de autoayuda los marineros griegos no le iban  a la zaga a los de “Weight Losers”. No, no te voy a pedir que te ates a la silla. Ni que recurras a los trucos de Balzac que pedía a su criado que le quitar la ropa, escribía desnudo, para evitar la tentación de abandonar su trabajo y escaparse a la calle para pasear.

Ya me parece excelente herramienta de apoyo que seas tan regular en tus horarios. Esta, en mi opinión, me parece una de las piedras angulares para aprovechar bien el tiempo. Procurar a toda costa, mantener la regularidad de la hora de inicio a primera hora de la mañana, el minuto al que te tomas tu aperitivillo o cuando te relajas un rato para ver “El Séptimo Sello”, quería decir el enésimo capítulo de “Cómo conocí a vuestra madre”, me resulta del todo admirable. A esto añadiría otro concepto que a mí me enseñaron cuando tenía más o menos tu edad: a ser traperos del tiempo.

Es una de esas enseñanzas que muchos años después, sin razón aparente, quizá por su propia valía y solidez, viene y reviene una y otra vez cuando busco excusas para no hacer lo que tengo que hacer de forma inmediata. Recuerdo hasta el sitio exacto donde el padre Vicente Borragán, tan excelente profesor del Pentateuco como guía de estudiantes en teología, nos exhortó. “Tenéis que ser traperos del tiempo, aprovechar cada instante por corto que sea, que ningún minuto quede vacío, recoged esos retazos, sumadlos al final de la semana, del año, de vuestras vidas y os daréis cuenta de que habréis ganado (o perdido) un tesoro increíble”. 

Cuando tienes 20 años, todo esto de aprovechar los instantes, por diminutos que sean, no te parece tan relevante –eso pensaba entonces- como cuando te acercas a los sesenta. Te aseguro que lo es. Goethe explica que Fausto, insatisfecho con su vida, hace un trato con el diablo intercambiando su alma por el conocimiento ilimitado y los placeres mundanos. Yo creo Goethe no interpreta correctamente la leyenda original teutona. Se equivoca, lo que Fausto quería en realidad intercambiar a cambio de su alma, era el tiempo.

Si me preguntas a mí, seré siempre, como en tantas otras cosas, un acérrimo defensor, a ultranza, del poder de la voluntad propia e individual. Lo que tú no hagas por tu propio convencimiento y tenacidad, en la mayor parte de las ocasiones, terminará por desmoronarse. No te quiero ni mencionar a Kant, que como sabes era un hueso muy duro de roer, pero lo cierto es que su concepción sobre el idealismo en este asunto, viene como anillo al dedo. Afirmaba que sólo si somos capaces de reconocer la debilidad intrínseca de nuestra voluntad, podremos entonces impulsar los mecanismos que nos lleven a fortalecerla.


Así pues, más que confiar en apoyos externos, la única y mejor ruta para ser trapero del tiempo y aprovecharlo al máximo, también los ratos de ocio, claro, es poner todo tu empeño y afán en hacerlo. La voluntad, se suele decir, es como un músculo. Si lo ejercitas, se hace cada vez más fuerte. La tuya, la de nadie más. Única y poderosa. San Expedito, en realidad, es fruto de la imaginación de almas crédulas y piadosas. Ni siquiera la iglesia católica, apostólica y romana lo tiene en la corte celestial. Querido Bruno, puesto que no te puedes encomendar a San Expedito, confía en ti mismo. ¡Don’t proscratinate y aprovecha el tiempo!. "Hodie, hodie" Un abrazo.

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