domingo, 15 de junio de 2014

ANGELA YA NO QUERRÁ CENAR CON DEL BOSQUE

Angela y su rombo
Reconozco que tengo una gran debilidad por Alemania como país. Soy lo que antes se acostumbraba a denominar como germanófilo. Lo que leído a la inversa, también es mi caso, suele interpretarse como anglófobo. Esta afección por, casi, todo lo teutón es histórica, en el sentido literal del término. 

Admiro, en primer lugar, el extraordinario y permanente acto de contrición de Alemania como nación sobre su terrible pasado en la II Guerra Mundial. Cierto, las atrocidades del nazismo, no requerían menos súplicas de perdón. De hecho, siempre resultarán insuficientes. Pero otros desatinos no menores, tan espeluznantes o más, si es que se pueden establecer comparativas de muertes, sea una o seis millones, como el estalinismo o el maoísmo de la primera hora, no le fueron a la zaga. Que yo sepa la asunción nacional de tales disparates ha dejado mucho que desear. Por lo que concierne a los actos vandálicos del imperialismo japonés precisamente en la China pre maoísta, no reconocidos, incluso negados y hasta honrados por primeros ministros este mismo año, es para echarse a llorar. Incluso a temblar.

Y sin ir muy lejos, geográficamente hablando, la aceptación de la responsabilidad histórica de la ¿conquista? hispana de América y más cercana todavía, los desastres de la Guerra Civil, como mucho, ha consistido en livianos brindis al sol, mayormente de cara a la galería, tan aislados como tardíos. Que el modesto maestro escuela de un pueblo de la montaña palentina, permanezca enterrado en una cuneta 76 años, en el mismo sitio donde fue acribillado a balazos, pisotea, tanto o más la responsabilidad moral como una desmemoria histórica completamente inaceptable. No digamos nada de la impunidad en la que discurrieron sus días, tantas décadas, los asesinos. Nadie es perfecto, también hubo un buen puñado de prominentes nazis que se reengancharon a la democracia, obviando los Juicios de Nüremberg.

La segunda razón histórica de mi germanofilia es, aquí debería recurrir al manual de estilo que suelen usar algunos periódicos, una concesión estrictamente personal. En tres años diferentes, a mediados de los ochenta, fui un agraciado y agradecido becario del gobierno federal, de la entonces llamada Alemania Occidental. Tres gloriosos veranos en tres ciudades a cual más maravillosas: Freiburg im Breisgau, Schwäbisch Hall y Münster.

Por todo ello y por muchas otras razones que no vienen al caso, sigo con gran interés los aconteceres políticos de una extraordinaria nación que, tras quedar arruinada física y moralmente, ¿será casualidad? ha tenido la suerte de contar con magníficos líderes. Desde Konrad Adenauer a Helmut Köhl, pasando por Helmut Schmidt, los primeros conservadores y el último socialdemócrata. Aunque quizá sus ideologías no sean lo más importante. Más bien que los tres estaban dotados de inmenso coraje: impulso de la Unión Europea, apertura al Este, unión de las dos Alemanias.

En cuanto a la actual canciller, Angela Merkel, lleva camino de unirse a ese trío de titanes. En España ha sido crucificada de mil y una maneras a propósito de las políticas de rigor que, al decir de algunos, nos ha dictado cuando la madre patria, no por culpa de Alemania, por cierto, sino nuestra, estaba al borde de la bancarrota. No hay manifestación de la izquierda donde no sea caricaturizada como la máxima responsable de nuestro sufrimiento. Desde las restricciones bancarias al crédito hasta el desempleo o los desahucios por hipotecas fallidas y no sé cuántos miles de desgracias más. Mismamente un servidor la ha considerado una política demasiado nacionalista, más preocupada por incrementar la tasa de exportaciones germanas que por abrir el grifo al crédito en la barra libre del sur europeo.

Todas las opciones para Grecia, sobre la mesa
Naturalmente, como cualquier buena caricatura que se precie, termina por implantarse a lo largo del espectro ideológico. Incluso los medios de la derechona, que dice mi amigo Valentín, han terminado por asumir este papel de la Merkel como el látigo castigador, se sobreentiende que injusto, de los desmanes, inmobiliarios y otros, que van de Lisboa a Atenas. Lo cierto, indagando en su biografía es que la realidad está muy, pero que muy, alejada de la caricatura.

Podemos mofarnos de su vestuario tan poco glamuroso, casi se podría llamar uniforme, camisa sin cuello, por debajo de las chaquetas con idéntico corte, cuyos colores se permiten pocas alegrías, como mucho algún tono pastel azulado, lo que echa más leña al fuego de la austeridad que impone a los países díscolos del sur europeo. Como sus pantalones oscuros, mayormente negros. Y cómo no, sus bolsos de asa corta, marrones oscuros, que hacen las funciones de cartera de ministro. O de su inconfundible postura a la hora de leer sus discursos, con los brazos bajados, las manos formando un rombo (rute, en alemán) a la altura del ombligo. Y el peluquero seguro que es de Uckermarck, el barrio de toda la vida, en Brandenburgo, en el este de Berlín, donde creció. Hasta aquí algunos elementos que alimentan su parodia.

Que el padre de Ángela fuera teólogo, ya se sale de la caricatura. Pastor protestante por más señas. Esta paternidad que suena raro en los países latinos no tiene nada de extraño en Alemania, donde estudiar teología es una carrera más en el mundo universitario, sin que por ello tengas que hacerte servidor del Señor. Aunque en el caso de su padre, Ludwig Kaźmierczak, alemán católico nacido en Polonia, emigrado a Alemania donde se cambió el nombre a Kasner, a la vez que se convirtió al protestantismo, la teología le convino para hacerse pastor.

Así que de Hamburgo, donde nació Angela Dorothea Kasner, le asignaron una parroquia en Templin, en la entonces Alemania del Este. Para muchos expertos este trasfondo familiar ha sido muy relevante en la actuación política de la Merkel, especialmente en una visión muy particular de la ética política. Es impensable, en general en Alemania, y más en particular con Ángela por medio, que si una ministra es pillada habiendo copiado párrafos de su tesis doctoral o un ministro con imágenes pedófilas en su ordenador, sigan un día más en sus funciones ministeriales. Como así ha sido.

¿Qué haría la Merkel si fuera una lideresa al sur de los Pirineos? O para ser más precisos, ¿en el levante hispano? Desde luego no haría imaginativas disquisiciones sobre el grado de culpabilidad, presunción de inocencia y otras zarandajas por el estilo para demorar con patéticas excusas la dimisión de cualquier edil inmerso en algún turbio asunto de recalificación de terrenos. Y, menos aún, una vez que fuera condenado, elaborar laberínticos baremos, distinciones y entelequias  bajo el curioso titular de “hay condenas y condenas”. Con la única finalidad de mantenerse en el cargo, claro. No digo yo que nuestros políticos tengan que ponerse a estudiar teología, pero qué menos que un poco de ética, hasta bastaría con una reválida en la asignatura del sentido común y la honradez en la “res publica” (la honestidad es otra cosa). Debería ser una prueba necesaria antes de que el comité electoral de tu partido te apunte, de por vida, en una lista cerrada.

Pero volvamos a nuestra heroína. Los años en la Alemania del Este le sirvieron para poder cantar las cuarenta a Vladimir Putin, en ruso, a propósito de Ucrania –para mi gusto no demasiado, pero cuando una buena parte del gas usado en Alemania procede del oso imperialista ruso, hasta la Merkel se tienta la ropa- o al demócrata Barack Obama en inglés, que, supuestamente aliado, no ha tenido empacho en “pinchar” durante meses su móvil, con el bolso-cartera, uno de los instrumentos fetiches de Ángela, aficionada a comunicarse vía SMS. Se enteraría de que Angela se relaja “cocinando, paseando y riéndose”.

Putin ejercía de agente de la KGB en Berlín, mientras Ángela conseguía su doctorado en química cuántica por la Universidad de Leipzig, siempre en la Alemania del Este. Iba a hacer una broma sobre las diferencias entre estudiar química cuántica y ser registrador de la propiedad pero casi mejor me callo para no herir sensibilidades. El ruso, ni pensarlo. Pero un barniz de francés y/o árabe para mantener una mínima interlocución en nuestra frontera del sur, tampoco estaría mal. En cuanto al inglés, el bilingüismo tan cacareado que se dice estar implantando en los colegios permitirá, dentro de 30 o 40 años, hablar con los sucesores de Barack, ¡qué menos! aunque sea en la intimidad.

La carrera política de Ángela comenzó en 1989 con el muro de Berlín agrietándose (sacó un aprobado ramplón, "genügend"en nuestra Formación del Espíritu Nacional, su curso obligatorio de Marxismo-Leninismo en el instituto de Alemania Oriental). Durante años, incluido el hecho de ser la primera canciller de Alemania, así como la más joven, los hitos en su carrera política, tampoco han faltado los reveses, han sido apabullantes. Por ejemplo, ha ganado todas las elecciones como parlamentaria por su distrito de Vorpommern-Rügen, en el área de la capital, desde 1990. Y a Helmut Kohl su mentor y por quien fue nombrada ministra, no le importó ponerles las peras a cuarto y afearle su conducta, sí, hasta los políticos alemanes echan mano a la cartera indebidamente, por un asunto de financiación ilegal para el partido.
En la Opera de Oslo, Angela fuera de protocolo
Aficionada tuitera, como buena evangélica, no tiene empacho en citar la biblia. A un caballero del Partido Pirata que le pide consejos en el caso, improbable, de que fuera su sucesor a la cancillería: “Antes del quebrantamiento es la soberbia; y antes de la caída la altivez de espíritu” (Proverbios 16,18) que como cita por parte de la mujer más poderosa de Europa no está nada mal. Como ésta, también es la primera canciller con un doctorado en ciencias, a propósito de la retirada alemana de la energía nuclear: “Porque es una tecnología cuyos riesgos residuales tienen consecuencias impredecibles”
Rigores presupuestarios aparte, supuesta impulsora de la troika y sus hombres de negro, sumadas a otras maldiciones no menores que asolan por su culpa a las empobrecidas naciones del sur europeo, nuestra Ángela es, por sorprendente que parezca, muy romántica. Eso que su primer marido fue un físico (del que conserva el apellido) y el segundo otro químico cuántico como ella. La película que más le gusta es “Memorias de África”. ¡Uy qué lindo! Más romanticismo: “Qué es más fácil explicar en 160 caracteres? ¿La teoría de la relatividad, el amor o las razones por las que hay que votar? Respuesta: “Reconozco que hay cosas difíciles de explicar en 160 caracteres, pero el amor no es una de ellas, no necesita explicación”. Ni Gustavo Adolfo podría mejorarlo.
Pero más que por su romanticismo, Angela es conocida por su forofismo hacia el deporte rey. La oposición la ha acusado de, ocasionalmente, hacer novillos en la cancillería para ver los partidos de la “Mannschaft”, la selección alemana. ¿Con quién le gustaría cenar? “Aunque nunca organizo fiestas, me gustaría invitar a cenar a Del Bosque”. Claro, este comentario es previo al 1-5 contra Holanda. Hasta para Angela ferviente impulsora del método político del “paso a paso”, equivalente al “tiki-taka” futbolero, el continuismo de Del Bosque, manteniendo a viejas glorias, que ya lo eran con el Sabio de Hortaleza, como Casillas, Xabi y algunos otros, el entrenador de la Roja, le ha debido de parecer demasiado conservador. En el partido del viernes ni siquiera pudimos echar la culpa a los hombres de negro. De hecho, Diego Costa casi se rompe la crisma al tirarse a la piscina en el penalty (inexistente).

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