miércoles, 11 de junio de 2014

PYLON VEGETAL

Te hablaré hoy de la memoria infinita,
de sus epifanías a la hora del sueño.
¡Oh! Cúan silenciosamente vegetal y marinera
me sale al encuentro el alma diurna
en este miércoles de gloria apenas inexistente.
Piénsame pasajero de cierto velero mágico,
polizonte de la lejana infancia,
de las dulces superficies de los prados ámbar.
A veces, cuando abrasan las heridas,
al faltar la hierbabuena con qué curarlas,
en el momento que los besos duelen
y más que nada sus ausencias
¡cómo deseo anclar mi corazón!
en la ribera de esta playa siempre ocre y verde.
Ser una vez más, acaso la última,
fantástico viajero de las olas interiores,
respirar su viento. A punto de ser pan y harina.
De ser nada.
Quiero, una vez más,
ser capitán de la tierra bien firme
en el túnel del tiempo.
Del tiempo que a sí mismo se devora.
Mi barco surca incansable los espacios
hacia cualquier invisible rosa de los vientos.
Hacia allá navego, oceános de la soledad,
empujado por el aire del este vespertino,
en brazos de las horas melancólicas,
atrapado en la marejada estrecha de la memoria.
Sí. Aquí quisiera arrojar el ancla.
Quedarme un instante eterno
a la luz de este faro con hojas y rama.
Pero a mí –como a tí-
la corriente de la vida y el azar
¡qué heroicas palabras!
el perfume de la sal
y el sabor a flor de naranjo
hacia otros mares diversos nos arrastran.
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(Jerusalén, 1989)

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