domingo, 20 de agosto de 2017

IMÁGENES: NORIKO Y MASAKO (VIII)

La más pequeñita se llamaba Noriko, la más alta, Masako. Bueno, espero que se sigan llamando así. Deben de estar acercándose a la cuarentena, puesto que la foto es de 1984. Mirando desde la distancia, en años y geográfica, a veces parece que he soñado. O que fue en alguna otra vida, no sé si pasada o futura. Me pregunto que hacía yo allí, subdirector de una guardería, en el Japón profundo, en el pueblo de Iyo, prefectura de Ehime, país del Sol Naciente, sur de Japón. Seguro que lo he soñado. Pero de Noriko y Masako me acuerdo perfectamente, no por mi buena memoria, más bien porque tengo su nombre escrito sobre la montura de la diapositiva original. 

El jerséi, que había tejido mi tía, me quedaba grande, incluso para mí, así que las dos enanitas niponas cabían, para su gran jolgorio, dentro, incluso les sobraba. De Noriko, que era graciosa y simpática a no más, tengo otras cuantas imágenes. Me pregunto que habrá sido de ella. Supongo que estará felizmente casada y que enviará a sus hijos a la misma guardería a la que ella fue. Incluso puede que se haya casado con un agricultor de cítricos. La zona, en aquella época, vivía de ese producto y del cultivo del arroz o quizá con algún operario de las dos grandes industrias que existían en el pueblo, dedicadas a la producción de salazones. 

Como muchos de los que han aprendido idiomas fuera, uno de los métodos más sencillos y fáciles es hablar con niños, no se extrañan de los disparates, si no entiende repreguntan y, generalmente, su vocabulario limitado favorece la comprensión. Así que la hora del recreo era una de mis momentos favoritos para practicar el idioma de Natsume Soseki, uno de los más grandes literatos  nipones que había nacido a unos kilómetros del pueblo de Iyo. Fueron unos cuantos meses para aprender, también, las ventajas de la tan elogiada educación japonesa. No comulgaría con todos los postulados de la misma entonces que, estoy casi seguro, apenas habrá cambiado. El mecanicismo y literalidad, entre otras cuantas cosas, de la misma eran más bien penibles. Por no hablar, en bachillerato de su negacionismo de los desastres que causaron en el sudeste asiático. 

Por el contrario, el sentido de disciplina desde la guardería ¿algo en contra?, de resistencia, resiliencia, que se dice ahora, persistencia, tenacidad, concepción de la jerarquía, respeto por el profesorado y el orden, entre otros muchos aspectos, fueron los que han hecho de Japón lo que ha llegado a ser. Todo ello, pese a quedar arrasado en su propia pira imperialista de la II Guerra Mundial. En cuanto a la guardería, había muchas cosas llamativas que a una madre española la llevarían a protestar ante el mismísimo ministro de Educación Nacional. Por ejemplo: unos cuantos años más tarde, en Tokio, yo mismo protesté ante la directora porque a mi hija, como al resto de los alumnos (y alumnas, por supuesto), en pleno invierno, con el patio nevado, andaban descalzos por las clases. 

Lo de descalzo, con unas pantuflas, era lo normal, tanto en las casas y las escuelas era la costumbre. ¿Pero con el patio nevado? La directora y esto era un sentido común del espíritu japonés consideraba que así se fortalecería su carácter y que ¡sería más resistente a los posibles catarros! Volviendo a mi Noriko de Iyo. Aparte de mi jerséi, tenía fascinación por mis brazos peludos. Así que en cuanto tenía ocasión se dedicaba a acariciar mi antebrazo como si fuera de peluche. Que lo era, todo sea dicho. “Happines is almost nothing / just going back / to your childhood laughs” [Iyoshi, Ehime-ken, Japón, marzo 1984]

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