Hasta
que no fui al Extremo Oriente nunca me había interesado especialmente China.
Tenía más querencia por los países de América Latina. Y en 1990, justamente un
año después de la Revolución de Tiananmén, tuve la oportunidad de visitar
Pekín. Todavía era una ciudad poco desarrollada, nada que ver con la actual.
Estaba empezando a surgir, no de la nada, porque histórica y científicamente,
aunque desconocida en Occidente, tenía una extraordinaria historia.
Posiblemente, una de las culturas más avanzadas del mundo en muchos momentos de
su existencia. Por algo China significa en su propia lengua el “centro del
mundo”.
Las injerencias de las potencias coloniales occidentales a finales del
XIX, más las guerras intestinas, la II Guerra Mundial y, finalmente, la
revolución maoísta arrasaron el país. Pero debajo estaba el sustrato de la
tradición de siglos, el “peligro amarillo” tenía un potencial enorme en la masa
de la población y en la diligencia oriental y, desde luego, la china. Como se
ha visto posteriormente. En 1990 no había muchos vehículos, aunque la
contaminación ya comenzaba a notarse. Las bicicletas, en los escasos semáforos,
se contaban por cientos. En los “hutong”, al lado de la mismísima Ciudad
Prohibida, todavía había calles sin asfaltar y aunque no se veían mendigos en
las calles, se advertía un nivel de pobreza considerable. Todo cambiaría en
apenas 10 o 15 años. Si se tiene en cuenta que el cambio ha afectado a millones
de personas, la proeza económica, por no hablar de la destreza política para
llegar hasta donde han llegado, no deja de ser admirable.
Entre las maravillas
arquitectónicas, el Templo del Cielo es único por su monumentalidad y su
relativo aislamiento en medio de la ciudad. En la también muy conocida
tradición oriental, no sólo de cuidado, sino máximo respeto por los ancianos.
No sólo por la edad, también porque su experiencia y sabiduría son
inconmensurables. De hecho, los cumpleaños no tienen, quizá no tenían tanta
importancia, hasta que no se cumplen los 60 años (en 2016 más de 220 millones
de chinos han superado esa edad). Cuanto más viejo, más regalos y más grande es
la fiesta. En signo de respeto, en lugar de “señor”, se le antepone la palabra
“anciano”...
Así que cuando ví al que supuse era el hijo empujando con cuidado
y cariño una peculiar silla de ruedas, elaborada artesanalmente, en el patio
del Templo del Cielo, con su madre en ella, me acordé de uno de los numerosos
proverbios chinos sobre los ancianos: “Los ancianos tiene tanto conocimiento y
experiencia como raíces tienen los árboles”
"Love is this / your son pushing your wheelchair / if not, what else?"
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