viernes, 7 de octubre de 2016

ES EL MÉTODO, ESTÚPIDOS, NO LA REVÁLIDA (NI LOS DEBERES)


Entre ministros del ramo en funciones, políticos autonómicos de palabra larga y mirada corta y padres más inquietos por el tiempo de ocio que de la laboriosidad de sus vástagos, leo y releo con estupor un debate tan absurdo como vano, vano de vacío, sobre dos aspectos, cuando menos accidentales, de la educación: que si menos deberes y que si fuera con la reválida. En el camino casi nadie discute sobre la cuestión de fondo: los contenidos y metodologías, trasnochados a fuerza de hacerlos pasar por ultramodernos, que se emplean en la educación española. La pátina de modernidad parece estar dictada por el cambio de textos de un año para el siguiente.

La cada vez más pobre, y mira que es complicado bajar a honduras más profundas, formación del alumnado hispano parece no tener límites. Aunque desde hace años me toca tangencialmente, no hace falta ser un genio de la pedagogía para advertir que, si algo podía ir a peor, está yendo a peor. Los ejemplos abundan por doquier en el mundo de la enseñanza. Mundo en el que no me cabe duda abundan excelentes profesionales, yo tengo unos cuantos amigos veteranos al borde de la jubilación, quería decir, de la desesperación.

Primer ejemplo: la tan cacareada enseñanza bilingüe si no fuera por el dramatismo de la situación formaría parte de un excelente guion de vodevil. Porque, aunque no lo aparente, es de risa. Desde luego, al menos eso parece, la gran mayoría de legisladores, ejecutores y decisores no han entendido de la misa la media lo que quiere decir enseñanza bilingüe. En el año 1967 ya me enseñaban el inglés de la misma manera que se enseña ahora. ¡Qué digo, bastante mejor! Por eso, cuando con un amigo llegué al aeropuerto de Londres nos quedamos extrañados que los hijos de la pérfida Albión, que tan mala fama tenían en nuestro limitado horizonte carpetovetónico, nos desearan éxito (EXIT) en cada puerta que abríamos. ¿Alguien ha oído hablar de Villar Palasí?

Más aún que esta supina incomprensión del bilingüismo todavía me ha dejado más estupefacto la liquidación, en aras de no sé qué enseñanza progresista, pasito a pasito, a veces con puñaladas traperas, de todo lo que tenga que ver con las humanidades: lenguas clásicas, historias del arte, filosofías y demás marías contemporáneas se han convertido en carne de cañón para, supuestamente, mejorar en memeces tales como el emprendimiento o la educación para la ciudadanía. Si alguien ha estado en el Museo del Prado, o para el caso cualquiera occidental, con un japonés, intentando hacerle comprender el Santo Domingo de Guzmán de Berruguete, no te digo nada una Última Cena, un ejemplo entre miles, sabrá lo que vale un peine, esto es, el valor de la cultura religiosa. Bueno, dejémoslo en cultura, sin adjetivos.

Por si lo del bilingüismo y la laminación del latín y griego eran de poca monta, ahora está en el candelero la reválida. Yo me libré de la de cuarto, aunque sufrí y padecí la de sexto. No salí, creo, traumatizado. Al contrario, fue una época de repaso, concentración, desafío y moderado éxito (la Guerra de las Galias se me atragantó). Un hito que pasar en mi escolarización como se pasaban otros a lo largo del curso y de los años. Aunque lo que la mayoría parece olvidar en todo este desbarajuste es que la Reválida era justamente eso, una ratificación del MÉRITO, añeja palabra, tan enmohecida hoy en día, del esfuerzo a lo largo de los meses, del empeño en convertirte en hombres (y mujeres, claro) de provecho. Y no valía con serlo, había que demostrarlo. Normal. Era eso o el tractor en el barbecho. Ahora las salidas son más: puedes inscribirte en un partido político, convertirte en DJ de moda o, colmo de los colmos, en tertuliano de una cadena esperpéntica de televisión.

Ah, pero eso fue a mediados de los 70, el Generalísimo estaba en las últimas, después vino la democracia, los partidos y una ristra de ministros que si no cambiaban la ley pertinente tenían menos güevos. ¡Espera! En Francia, al que considero el país por excelencia de la cultura, en 2016, y seguramente por muchos años más, la Reválida sigue bien vivita y coleando. Recuerdo, para los menos versados en los intríngulis de la política gabacha, que ha habido en estos últimos años presidentes de derechas y de izquierdas, ministros de educación de centro y de menos centro. Pese a todo, la Reválida, el BAC (baccalauréat), como ellos lo llaman, es la piedra angular del paso de los institutos a los estudios universitarios. Y sí, por raro y estrambótico que parezca, dependiendo de la rama que hayas elegido, sigue habiendo exámenes de lenguas clásicas, historia del arte y, ¡oh tiempo, oh mores, de filosofía!

Dos de las preguntas de este pasado junio: ¿Sabemos siempre aquello que deseamos? y ¿Por qué tenemos interés en estudiar la historia? Dos preguntas mondas y lirondas con un papel en blanco y un bolígrafo, más la cabeza, claro. No te preguntan por la fecha en que Carlos Martel venció en la batalla de Poitiers, ni el año en que nació Descartes. Y voilà el segundo elemento esencial de la Reválida, tras el ya citado del mérito y el esfuerzo: pensar. ¿Para qué sirven sino los estudios si no es para hacerte pensar? Sartre puede descansar tranquilo en su tumba.


La enseñanza y, consecuentemente el momento cuando los alumnos tienen que demostrar que se han esforzado, está basada en el raciocinio, en lo que antiguamente se llamaba el discurrimiento. Pero para llegar a ser capaz de pensar tienen que darte las herramientas. Al sur de los Pirineos no solamente no te dan la caña, además te quitan los peces y, no pocas veces, hasta el estanque. Lo más sorprendente es que te lo quitan quienes tenían que poner los medios: políticos, consejeros, y hasta los mismísimos rectores de las universidades ¡Mon Dieu! Ya lo decía alguien ¡que piensen otros! Así nos va. Peor aún, así nos irá.

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