En
1941, un tal Jaime de Andrade escribe un guion que se convertirá en la película
“Raza” para mostrar el espíritu abnegado y valeroso, indómito e invencible, del
español auténtico y racial. El tal Jaime de Andrade no era otro que el
Generalísimo y Excelentísimo Francisco Franco Bahamonde, amén de dictador. En
la actualidad, la palabra raza posee un sentido generalmente peyorativo y se ha
sustituido por otras palabras menos malsonantes o políticamente más correctas
como nacionalidad, identidad cultural, región. Y sí, también Estado. Hace menos
de un cuarto de siglo, hablar de raza parecía lo más normal del mundo. De la
española, de la vasca, de la cobriza y de la amarilla. Al menos estas dos últimas,
además de la negra y la caucásica, aparecían con dibujos coloreados en mi
Enciclopedia Álvarez, a medidos de los sesenta. Incluso se hablaba de la raza
catalana.
Es
cierto que era una corriente de pensamiento en Cataluña de los locos años
veinte, a medias política, a medias antropológica, relativamente marginal.
Aunque no tanto si se considera que Pere Màrtir Rossell i Vilar (1883-1933)
llegó a ser diputado por Esquerra Republicana en el primer Parlamento de
Cataluña en 1931. En realidad Pere Màrtir, olotino, era un veterinario de
prestigio, llegó a ser director del Zoo de Barcelona, lo que no le impidió
publicar un sesudo y metódico estudio de trescientas y pico páginas denominado
“La Raça”. Incluso tiene una versión en francés.
El
título suena tan mal que algunos lo explican diciendo que “Pere Màrtir Rossell
i Vilar parla sobre el concepte de "raça" i dedica un capítol a
"la raça catalana", entesa no tant com a trets físics sinó de
mentalitat”. Algo muy discutible cuando ya en el prólogo se afirma que «La raza
puede constituir un valor indefectible, para reunir la universalidad causal y
ser aplicable a todos los asuntos humanos.» y también: “El principio racial
enseña que las ideas a las que se han atribuido los cambios políticos han sido
meros accidentes, y que la causa trascendental es la raza.»
Aún
considerando los disparates de Don Sabino, de Don Pere y del Caudillo como
dislates estrambóticos de una época trasnochada, bien que ligeramente
inquietante por su proyección en el estado actual de la cosa política, me
pregunto si no está aplicándose “cum grano salis” a una cierta ideología
subyacente, a veces muy superficial, en el sentido no de ligera, sino que
aflora con relativa facilidad, a todo lo que sea cultural, político, ¿racial? usada
como artificio para excluir a quien no es de la propia tribu, aldea, pueblo,
comarca, región, autonomía y, por supuesto Estado. Verbigracia, las noticias de
todos los días.
Aprovechando
que el Fluviá pasa por Olot, termino apuntando que lo de “cum grano salis” fue
mencionado, por primera vez en la Historia Naturalis de Plinio el Viejo. Y lo
cita en la descripción de una receta como antídoto contra venenos, que fue
encontrada por Pompeyo el Grande tras su victoria en 63 a. C. sobre el también
Grande Mitrídates VI, entre los papeles personales del monarca, escrita de su
propia mano. La receta, que tomada en ayunas protegía durante ese día contra
cualquier veneno, consistía en dos nueces secas, dos higos y 20 hojas de ruda,
a lo que debía añadirse "un grano de sal".
No
sé si las nueces secas y los dos higos tendrían mucho efecto, pero seguro que
el grano de sal, esto es, el sentido común español, el afamado seny catalán y como quiera que se diga
en vasco lo de “cum grano salis” no vendría mal como antídoto a todos los
nacionalismos. A todos y de cualquier pelaje.
Y
de postre, viajar. Mark Twain dixit: “Viajar es mortal para los prejuicios, el
fanatismo y la estrechez de miras”. Así pues, muchos podrían recuperar su sano
juicio con una receta tan fácil como económica: un par de higos y Ryan Air.
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