El pa amb tomàquet es la
quintaesencia del arte culinario catalán, no por lo sofisticado, cuanto por la
popularidad. Cualquier “guiri” que haya pasado por Cataluña lo afirmará. Algo
que, tenazmente, será discutido, en términos muy doctos, por andaluces,
extremeños, valencianos, mallorquines y murcianos, alegando estos últimos que
por algo sientan sus reales en la Huerta de Europa. De hecho, durante la
polvareda generada por el 27-S, volvió a resurgir en los medios regionales de
la capital del Segura un clásico del ardor patriota regionalista: el pan con
tomate es un invento murciano. Para ser exactos, de los murcianos que
trabajaron en la construcción del metro barcelonés en los años veinte del siglo
pasado.
Y, al decir de algunos eruditos,
no faltan testimonios de que los emigrantes murcianos, siempre indómitos
emprendedores, eran tan propensos a disfrutar del manjar que hasta plantaron
tomateras al lado de los raíles. Esta sagacidad y que el pan se les quedara
duro con el paso de los días para
hincarle el diente, les condujo a popularizar entre los locales tan sencillo
manjar. En estas laberínticas, como tan inútiles disquisiciones culinarias, no
podían faltar otras regiones, provincias y comarcas del Levante, atribuyéndose
el origen de bocado tan exquisito como sencillo.
Con lo cual las memorias
insondables y los recuerdos de abuelos, bisabuelos y tatarabuelos que en
pueblos de Valencia, Andalucía o Extremadura, restregaban –por cierto, en
Murcia no se restriega, se unta el tomate ya rayado sobre el pan tostado- son
tan abundantes como pintorescas. La más peregrina que he encontrado es ésta:
los cartagineses lo introdujeron en la península por Cartagena y de ahí se extendió
al resto de España, Cataluña incluida. ¿Diga? ¿Pero no fueron Colón y marineros
quienes lo trajeron de las Américas, como mil cuatrocientos noventa y pico años
después? Solución, los cartagineses, Aníbal, Asdrúbal y compañía lo copiaron de
los vikingos quienes a su vez ya habían observado como restregaban el fruto del
tomate los nativos de América.
Cronológicamente toda esta sesuda aseveración es
un dislate, pero hay foros y artículos donde la argumentación patriótica regionalista
es tan procelosa e inane que resulta cómica. Como en la Edad Media se debatía
durante horas, incluso días, sobre cuantos ángeles cabían en la punta de un
alfiler o dónde se encontraba el verdadero prepucio del Niño Jesús, ahora es la
época donde cualquier iletrado puede pasar por experto investigador. Basta
tener una conexión decente a la banda ancha para escupir sandeces.
La ignorancia, solía decir mi
abuelo, es muy atrevida. Si a ella se suma que mirarse al ombligo geográfico,
sea estatal, regional, provincial o comarcal es la madre de todas las ciencias,
hasta la gente más sensata pierde el oremus y se insulta, amenaza, zahiere y
vilipendia por las más estultas de las nimiedades. Entre otras sobre si el pa amb tomàquet se
empezó a utilizar antes en Manresa que en Mazarrón.
Y puestos a impartir
sabiduría huera sobre el origen de las delicadezas gastronómicas se me ocurre
que, quizás, ¿por qué no? los primeros que se deleitaron con el pa amb tomàquet
fueron los aztecas. Después de todo disponían del fruto del Solanum lycopersicum. Mucho antes que murcianos, catalanes o andaluces. Cierto, no disponían de pan. Pero
tenían exquisitas tortitas de maíz. Acaso, después de todo, el pa amb tomàquet
fue en un principio docsa amb tomaquet. Vamos, que no hace falta ser de ningún
sitio en especial, ni haber sido honrado con 3 estrellas Michelin, para llegar
a la conclusión de que si frotas el tomate con un trozo de pan endurecido (o de
torta de maíz) será la única manera de manducarlo.
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