Ulises, atado al mástil, resiste el canto de las sirenas |
Mucho
antes de que el zascandil de José María hablara catalán en la intimidad, quien
esto escribe empezó a escucharlo bajo idéntica modalidad. Esto es, en la
penumbra (apaga la luz, mariluz) de una habitación a oscuras, sinónimo del
abismo infernal que profetizaban aquellos primeros escarceos amorosos. El
insondable, a la vez que inquietante, pozo de lo que en el siglo calificaban
como amores clandestinos. El aposento en contraluz se mimetizaba en un popular
barrio madrileño, entonces poblado por funcionarios de la escala media, tirando
a baja, madres demasiado jóvenes convirtiéndose en viejas, maestras de colegios
de monjas y no pocos obreros que hacían, todos los días, el viaje de retorno
hasta la frontera de Vallecas y más allá. Entonces era 1975 y el Generalísimo
agonizaba en La Paz, a un par de kilómetros a tiro de piedra.
“Quan
surts per fer el viatge cap a Ítaca, has de pregar que el camí sigui llarg, ple
d'aventures, ple de coneixences. Has de pregar que el camí sigui llarg, que
siguin moltes les matinades que entraràs en un port que els teus ulls
ignoraven, i vagis a ciutats per aprendre dels que saben”. Ya fue casualidad
que, mismamente un servidor, castellano viejo de los ásperos páramos de la
meseta norte, me empapara con el catalán mientras el piano dominaba el huracán
de viento y pasión que surgía del vinilo, en la misma capital de España.
Todo
gracias a Lluis Llach. En la intimidad, sí, pero no en Banyoles, el Alto
Ampurdán, ni siquiera en Calaf. En el corazón de Madrid, rompeolas de todas las
España. Aquello no fue fruto de la casualidad,
claro. Mi amiga se apellidaba Roca Carrer, sus padres habían emigrado desde
Sant Andreu, al borde del Besós, hasta las orillas de la M-30. Después de Lluis
vinieron Pau Riba, María del Mar Bonet, Francesc Pi de la Serra y unos cuantos
más. Todos ellos cómplices de fervorosas pasiones postadolescentes y algaradas a
la carrera en la facultad.
Con
el paso de los meses y de los años ‘Viatge a Itaca’, incluso después de
arrinconar los amores de juventud y alcanzar la sosegada cincuentena, se
convirtió en himno personal, mi propio mapa, mi brújula y mi hoja de ruta al
filo de las décadas transcurridas, de las gentes encontradas, las ciudades habitadas,
también de aquellas otras pasajeras, las montañas escaladas y los puertos en
los que he buscado abrigo.
Soy
plenamente consciente del trasfondo político que Lluis Llach imprimió a la
canción. Desconozco, intuyo que no, si esa era la intención del autor de la
letra, el gran Constantino Kavafis. Ni una cosa ni la otra me importan lo más
mínimo. El “Viatge a Itaca”, para mí, no es el llegar a ninguna patria, ningún
país, ninguna región. El “Viatge a Itaca” es el que me llevará, “Més lluny,
sempre molt més lluny, més lluny del demà que ara ja s'acosta. I quan creieu
que arribeu, sapigueu trobar noves sendes”. Pero a mí y a nadie más. Porque mi
viaje a Ítaca es personal e intransferible. Único. Está dentro de mí. No vibra
con una bandera fofa, cualesquiera el color, ni se oye en un himno huero, por
bien que suene la música. Ni me arrodillo ante un Estado guardián, no importa su
formato.
En
realidad, Ítaca está dentro de cada uno de nosotros, en cuantos nos quieren y en
a cuantos hemos querido. También en aquellos a quienes amaremos y nos amarán.
Nuestra salvación, la mía al menos, no reside en arribar al puerto de una
identidad de pueblo, religión, raza, nación, tribu o clan. Bien al contrario,
está en los caminos que he recorrido para llegar hasta aquí. A lo que soy
ahora. Y en las sendas que todavía me
quedan por andar para que “ l'amor ompli el meu cos generós, trobi els camins
dels vells anhels, plens de ventures, plens de coneixence”.
Desconozco
que habrá sido de quien fue mi amiga catalana en la intimidad. Quien me abrió
los ojos a la bella cadencia de estos versos “I si la trobes pobra, no és que
Ítaca t'hagi enganyat. Savi, com bé t'has fet”, amén de a “el camí llarg, ple
d'aventures, ple de coneixences”. Me dijeron que regresó a San Andreu. Quizá
alguna vez la memoria y la nostalgia me lleven a buscarla y si la encuentro,
pobre, no es que Ítaca me haya engañado. Sabio como muy bien me he hecho, sabré
lo que significan las Ítacas.
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Texto para la web Àgora Alta Segarra (http://www.agoraaltasegarra.cat/)
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