domingo, 8 de noviembre de 2015

DONDE ESTÁ ÍTACA...

Ulises, atado al mástil, resiste el canto de las sirenas
Mucho antes de que el zascandil de José María hablara catalán en la intimidad, quien esto escribe empezó a escucharlo bajo idéntica modalidad. Esto es, en la penumbra (apaga la luz, mariluz) de una habitación a oscuras, sinónimo del abismo infernal que profetizaban aquellos primeros escarceos amorosos. El insondable, a la vez que inquietante, pozo de lo que en el siglo calificaban como amores clandestinos. El aposento en contraluz se mimetizaba en un popular barrio madrileño, entonces poblado por funcionarios de la escala media, tirando a baja, madres demasiado jóvenes convirtiéndose en viejas, maestras de colegios de monjas y no pocos obreros que hacían, todos los días, el viaje de retorno hasta la frontera de Vallecas y más allá. Entonces era 1975 y el Generalísimo agonizaba en La Paz, a un par de kilómetros a tiro de piedra.

“Quan surts per fer el viatge cap a Ítaca, has de pregar que el camí sigui llarg, ple d'aventures, ple de coneixences. Has de pregar que el camí sigui llarg, que siguin moltes les matinades que entraràs en un port que els teus ulls ignoraven, i vagis a ciutats per aprendre dels que saben”. Ya fue casualidad que, mismamente un servidor, castellano viejo de los ásperos páramos de la meseta norte, me empapara con el catalán mientras el piano dominaba el huracán de viento y pasión que surgía del vinilo, en la misma capital de España.

Todo gracias a Lluis Llach. En la intimidad, sí, pero no en Banyoles, el Alto Ampurdán, ni siquiera en Calaf. En el corazón de Madrid, rompeolas de todas las España.  Aquello no fue fruto de la casualidad, claro. Mi amiga se apellidaba Roca Carrer, sus padres habían emigrado desde Sant Andreu, al borde del Besós, hasta las orillas de la M-30. Después de Lluis vinieron Pau Riba, María del Mar Bonet, Francesc Pi de la Serra y unos cuantos más. Todos ellos cómplices de fervorosas pasiones postadolescentes y algaradas a la carrera en la facultad.

Con el paso de los meses y de los años ‘Viatge a Itaca’, incluso después de arrinconar los amores de juventud y alcanzar la sosegada cincuentena, se convirtió en himno personal, mi propio mapa, mi brújula y mi hoja de ruta al filo de las décadas transcurridas, de las gentes encontradas, las ciudades habitadas, también de aquellas otras pasajeras, las montañas escaladas y los puertos en los que he buscado abrigo.

Soy plenamente consciente del trasfondo político que Lluis Llach imprimió a la canción. Desconozco, intuyo que no, si esa era la intención del autor de la letra, el gran Constantino Kavafis. Ni una cosa ni la otra me importan lo más mínimo. El “Viatge a Itaca”, para mí, no es el llegar a ninguna patria, ningún país, ninguna región. El “Viatge a Itaca” es el que me llevará, “Més lluny, sempre molt més lluny, més lluny del demà que ara ja s'acosta. I quan creieu que arribeu, sapigueu trobar noves sendes”. Pero a mí y a nadie más. Porque mi viaje a Ítaca es personal e intransferible. Único. Está dentro de mí. No vibra con una bandera fofa, cualesquiera el color, ni se oye en un himno huero, por bien que suene la música. Ni me arrodillo ante un Estado guardián, no importa su formato.

En realidad, Ítaca está dentro de cada uno de nosotros, en cuantos nos quieren y en a cuantos hemos querido. También en aquellos a quienes amaremos y nos amarán. Nuestra salvación, la mía al menos, no reside en arribar al puerto de una identidad de pueblo, religión, raza, nación, tribu o clan. Bien al contrario, está en los caminos que he recorrido para llegar hasta aquí. A lo que soy ahora.  Y en las sendas que todavía me quedan por andar para que “ l'amor ompli el meu cos generós, trobi els camins dels vells anhels, plens de ventures, plens de coneixence”.


Desconozco que habrá sido de quien fue mi amiga catalana en la intimidad. Quien me abrió los ojos a la bella cadencia de estos versos “I si la trobes pobra, no és que Ítaca t'hagi enganyat. Savi, com bé t'has fet”, amén de a “el camí llarg, ple d'aventures, ple de coneixences”. Me dijeron que regresó a San Andreu. Quizá alguna vez la memoria y la nostalgia me lleven a buscarla y si la encuentro, pobre, no es que Ítaca me haya engañado. Sabio como muy bien me he hecho, sabré lo que significan las Ítacas.
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Texto para la web Àgora Alta Segarra (http://www.agoraaltasegarra.cat/)

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